Con Prada y Valentino a la cabeza, la pasarela ha visto en esta flor el icono más adecuado para los nuevos tiempos.
No hay obra de teatro del dramaturgo Tennessee Williams en la que no salga nombrada, influido en buena parte por las dos ‘rosas’ (su hermana y su abuela) presentes en su vida. También supone un complejo símbolo de la poesía del celebrado irlandés William Butler Yeats. Se la retratado e inmortalizado. Se la ha ensalzado y denostado, a través de de la pintura, la fotografía y del verso. De entre todas las flores del jardín, la rosa es probablemente la que ha vivido más interpretaciones a través de las diferentes disciplinas artísticas. Y la que representa mayores ambigüedades: pocos iconos hay con significaciones tan dispares a lo largo del tiempo. Ha sido vinculada a la pureza de la Virgen María, pero también a la sexualidad femenina. Consagrada a Afrodita, se la relaciona con el amor, pero también con la sangre y con la muerte. Representa la belleza física de su apariencia y su olor, pero también el dolor de las espinas que le rodean.
Como epítome de la eterna dicotomía, la rosa se ha erigido como el motivo más repetido sobre la pasarela. Las colecciones de otoño invierno 2019 2020 han hecho de esta planta en diferentes modalidades el detalle más visto por antonomasia. Una de las obsesiones de la próxima temporada que pasa por reinterpretarla de mil y una maneras distintas. También con ciertos matices de tinte patriótico.

Como protagonista indiscutible de la realeza en Gran Bretaña (fue el símbolo de los Tudor) y de sus jardines botánicos, la rosa ha invadido las propuestas de varios diseñadores británicos. Al igual que Erdem, Richard Quinn ha apostado por esta flor en estilismos que van de los vestidos largos a los total lookde vestidos abullonados, grandes abrigos y medias a juego con los mismos motivos. Otros diseños en flor son los que se pudieron ver en Alexander McQueen. Para la investigación de la colección, Sarah Burton se llevó a su equipo creativo a las ciudades norteñas más allá de Manchester, a Macclesfield, donde ella se crió. El resultado de la propuesta de la marca fue un tributo a los productos, la tradición y la cultura inglesa que la ha rodeado desde niña, como las tradiciones festivas locales (incluidas las rosas). En McQueen, las rosas adoptan diferentes formas que van desde figuras tridimensionales a potentes estampados en azul (que recuerdan un poco a las fotografiadas por Robert Mapplethorpe) pasando por el cuero labrado, todo tamizado a través de los códigos del punk y del new wave.

Atendiendo a esa paradoja exquisita, la rosa adopta diferentes contextualizaciones acordes a la visión del diseñador que la reinventa en sus manos. Puede ser rebelde (como en McQueen), pero también clásica, como en Blumarine. Refinada, como en Oscar de la Renta, Lela Rose o Armani, pero también excesiva (Simone Rocha, Shrimps). Puede ser alegre y divertida, como en Vivetta, o lánguida, como en Antonio Marras. En un homenaje al pintor italiano Amedeo Modigliani, el diseñador quiso aludir también a esta flor: “La rosa es un estado de ánimo. Es la belleza en cambio, una decoración fundamental para el alma motivada por la poesía y la melancolía. Nada es más conmovedor y perfecto que ella”, explicaba en unas declaraciones para WWD.


Pero si hay una (o mejor dicho, varias) visiones que justifican el uso de la rosa sobre la pasarela este otoño, esa es precisamente la de Dries Van Noten. Sobre tops, blazers o faldas, el creador belga imprimió varias rosas retratadas (con sombras incluidas) que había elegido expresamente de su propio jardín el pasado mes de octubre: “Quería rosas, pero no dulces, sino con filo, rosas para ahora. Las flores pueden ser románticas, pero quería despojarme de este significado, porque los tiempos de ahora son más duros que en el pasado. Ves las enfermedades, la mancha negra, las imperfecciones”, comentaba hace unos meses para la edición estadounidense de Vogue. Con sus manchas y sus hojas ennegrecidas, las rosas de Van Noten dibujan un panorama actual poco alentador. En su visión más pesimista contrasta con la perspectiva de Valentino, pero entronca con la visión de la casa italiana: el aquí y ahora.

Para la colección de otoño, Pierpaolo Piccioli, su director creativo, quiso hablar del romance adecuado “a los tiempos modernos”. Curiosamente, la propia filosofía de Piccioli navega en consonancia con esa dicotomía que se aplica a la flor: es capaz de enamorar a la generación Z utilizando las fórmulas más clásicas del mundo. En este caso, consiguió volver a hacer de Valentino una firma transgeneracional recurriendo a la unión de dos códigos que se remontan siglos: la rosa y la poesía. La relación de ambos conceptos es casi ancestral: ahí está el Romance de la Rosa, un poema alegórico del s. XIII que introduce a su lector en el amor cortés y el arte de amar. Piccioli actualiza esta simbiosis a través de las colaboraciones para hacer que “Valentino sea realmente inclusiva a día de hoy«.
Por un lado, gracias a la obra de Jun Takahashi. El fundador de la firma Undercover fue el responsable del motivo gráfico que estampó gorros y vestidos de Valentino con la unión de varias rosas y una escultura neoclásica de dos amantes besándose. Por el otro, aludiendo a una lírica alejada de lo clásico, “una poesía de los nuevos tiempos”. Frente a los versos del romano Catulo o el “Amor vincit Omnia” (“el amor todo lo vence”, de las Bucólicas de Virgilio) con el que cerró el desfile de Alta Costura de primavera en 2015, Piccioli celebró “la búsqueda diaria del amor” a través de varios poetas más actuales. Además de los presentes en la ropa, en el desfile entregó Valentino On Love, un volumen que elaboró junto a la colaboración del escocés Robert Montgomery y tres integrantes de la generación de los instapoetas: Mustafa The Poet, Yrsa Daley Ward y Greta Bellamacina (la autora del poema que abre este artículo, de su obra para Valentino, que reflejó en Instagram).

Prada es la otra firma que en otoño acude a la rosa para hablar de amor, pero desde un enfoque completamente diferente al de Valentino. Bajo el nombre de Anatomía del romance, Miuccia Prada analizó en una especie de sala de despiece los gestos que integraban el romance, representados a través de códigos como las flores tridimensionales, el encaje o las aplicaciones. Sin embargo, no es casualidad que la rosa fuese el hilo conductor de su narrativa. La paradoja en la que suele coincidir el simbolismo de la flor engloba una colección que dinamita lo delicado con prendas en las antípodas como las botas de combate o las chaquetas de aviación. También se puede ver desde la otra perspectiva, como una forma de suavizar la moda utilitaria que incluye en su propuesta.
En cualquier caso, la rosa le sirve a Prada para representar esa eterna dicotomía tan afín a la marca. Junto a ella, las representaciones de Frankenstein (y las alusiones góticas) son el reverso de la moneda: una historia de amor y de miedo gracias a una obra que es al mismo tiempo “la primera novela de ciencia ficción, un horror gótico, una parábola y un romance trágico”, explicaban en la BBC. La propia autora, Mary Shelley, se movió en esa paradójica dualidad: el cementerio no fue solo el lúgubre lugar en el que honrar la memoria de su madre, la defensora de los derechos de la mujer Mary Wollstonecraft. También fue un sitio de conocimiento: allí, por ejemplo, aprendió a leer de forma autodidacta. En Prada, Frankenstein representa el lado más oscuro de ese romance: la sensación de pérdida (que sufrió la propia Shelley, por la muerte de su madre y sus abortos) y el rechazo ( en el caso de Frankenstein, por su creador y por la sociedad, que también experimentó la escritora).

En la explicación de su colección, Miuccia aludió precisamente a ese juego de mundos contrarios: “Es una especie de voluntad. Una necesidad de narrar lo bueno y lo malo a la vez, algo que corresponde a nuestro tiempo”, declaraba hace unos meses. “Es una especie de invitación a unificar diferentes facetas… lo bueno y lo malo, lo fuerte y lo débil, todos los aspectos que están presentes en la humanidad de la gente”. Una declaración de intenciones que invita a abrazar todas las aristas. Todos los matices de gris.
“Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”, escribió la norteamericana Gertrude Stein en una frase (adoptada después por Mecano) para decir que las cosas son lo que son, sin más ambages. Una especie de versión moderna de aquella mítica cita de Romeo y Julieta: “¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa tendría la misma fragancia con cualquier otro nombre”. Dos referencias literarias a la flor que representa Prada con la misma alusión a la identidad, tan presente y tan necesaria en 2019. Pocos hilan tan fino como Miuccia en esta industria.
Fotos: Vogue España
Fuente: Vogue España